Templos de Kioto barnizados
por inmensos engaños
los biznietos de los nietos de los
poderosos
-aquellos que pagaron las piedras
iniciales
quemaron el primer incienso
pidieron a unos dioses
tan ingenuos como ellos
vida repetida, felicidad de amor
perpetua,
oro, triunfos en la guerra-
los descendientes de aquellos
muertos
que murieron de pronto y solos
como cualquiera
esos conservan y veneran y
pintan
de rojo las espléndidas columnas
del Heián
cuidan los capiteles, las tejas,
la armonía verde de los parques
y así bajo la lluvia los Templos
crecen
vívidas gemas
altares de la imposible Eternidad.
Sin embargo
cuando el ave Hoo del Paraíso
tiende a volar sus alas de bronce
y en el ocaso el Templo Dorado
se me aparece luminoso,
perfecto,
con su miel interior petrificada,
su pasiva entrega a la quietud del
agua,
empiezo a querer para mí que
vuelva
a renacer mi vida
que incontables veces el ciclo
se repita
añoro con dolor mi juventud
el triunfo en la batalla
que se inició perdida
el oro que no tendré jamás, el
amor
de cuando el amor era tan fresco
como los nevados cerezos del
Kiyomisu.
Ejércitos de ídolos del
Sanjúsangendó
alineados a la espera de mi
plegaria
condúzcanme hasta el Antiguo
Maestro
para que con su diestra
levantada
me enseñe
la resignación
y con su izquierda extendida
me haga el don del olvido.
Juan Noel Mazzadi (Junín, 1932-1993)
En Japón. Ediciones de la Pampa Chata. Junín, 1996.
No hay comentarios:
Publicar un comentario