jueves, 19 de noviembre de 2009

Leonard Cohen

Fotografia tomada de la pelicula Pulp Fiction

Agarrando su culo la levantaba sobre el lavatorio del baño de arriba, besando su cuello, con el vestido corrido y la bombacha aun puesta, ella le desabrochaba el cinturón y sacaba su camisa, el músculo crecía por entre la bragueta, ella lo acariciaba violentamente, al mismo tiempo que aspiraba letras S con los labios abiertos y los dientes apretados.

En la sala un hombre sentado en un cómodo sillón con las piernas cruzadas, tomando un Jack Daniels, escuchando Leonard Cohen, su traje Yves Saint Laurent, el piso blanco y el minimalismo con alguna escultura del propio Sol Lewitt. Lentamente deja su vaso sobre la pequeña mesa de vidrio y aluminio esmaltado y recorre la inmensa sala, se detiene frente a un espejo, acomoda el nudo de su corbata, se dirige rumbo a la escalera, la sube, abre la segunda puerta, y allí están los amantes desnudos sobre la cama, en una extraña pose, ella por delante dándole la espalda con los brazos y las piernas proyectadas en gesto gimnástico, él atrás ligeramente arqueado, ambos formando una especie de letra K -la pareja no se inmuta. Todo prosigue en las sabanas blancas que se intensifican a causa de la luz violeta. Hay una silla frente a los pies de la cama, donde él toma asiento y se quita el saco, lo pone en el respaldo, desajusta su corbata, mueve su cabeza y se relaja. Comienza a desabrochar su pantalón sacando su miembro enorme y erecto, escupe su mano derecha y empieza a masturbarse, los cuerpos parecen levar en la habitación, el calor, los gemidos susurrados, el excitante chirrido del elástico, muy de fondo Cohen, de repente, justo cuando la savia impúdica del semen comenzaba a brotar en un orgasmo coral chorreando los huecos, la alfombra, las paredes, suena un teléfono celular, el hombre sentado atiende, afirma con un O.K. Se incorpora, se pone el saco, tomando una pistola semiautomática calibre 22 del bolsillo y una nota que abre y lee en voz alta.
Querida hija: me cansé de tus vicios y de que ya no seas la nena dulce de papá. Robarme la droga te lo puedo perdonar, pero acostarte con  mi mujer y planear matarme, eso seria estúpido.
Con cariño y dolor papá.


Entre la pistola y su objetivo una almohada, las plumas se esparcen lentamente en el aire y la sangre se desliza por la frente.
El asesino dice -Carlos mi amor, cambiate, hemos terminado. Limpiemos todo y nos vamos.


                                                    Enzo Meliendre
                                                                                   wangchankeint@hotmail.com

No hay comentarios:

Historia del arte / Alberto Girri

Mordimos sobre cuanto existe hasta escarnecerlo, hasta la desvergüenza, una provocación a lo desconocido, un esfuerzo a menudo ...